Cada día es más frecuente oír hablar de “educación igualitaria”,
“relaciones sociales igualitarias”, igualdad en las remuneraciones, etc.
De ese modo la desigualdad va siendo presentada como antipática,
injusta, cruel, anticristiana.
En realidad no se trata tanto de saber si debe haber patrones y
empleados; no se trata de saber si debe haber quien gobierne y quien
obedezca. Se trata de saber algo más profundo: En el universo, ¿la
igualdad es un bien o un mal? Huir de esta cuestión es escabullirse del
fondo del problema.
Claro está que esto no quiere decir que la desigualdad es siempre y necesariamente un bien.
¿Cuáles serían entonces los límites de la igualdad y de las desigualdades justas?
Todos los hombres son iguales por naturaleza, y diferentes sólo en
sus accidentes. Los derechos que les vienen del simple hecho de ser
hombres son iguales para todos: derecho a la vida, a la honra, a
condiciones de existencia suficientes, al trabajo y, pues, a la
propiedad, a la constitución de una familia, y sobre todo al
conocimiento y práctica de la verdadera Religión. Y las desigualdades
que atenten contra esos derechos son contrarias al orden de la
Providencia. Sin embargo, dentro de estos límites, las desigualdades
provenientes de accidentes como la virtud, el talento, la belleza, la
fuerza, la familia, la tradición, etc., son justas y conformes al orden
del universo. [1]
Santo Tomás enseña [2] que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien en sí,
pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del
Creador. Y dice que tanto entre los Angeles como entre los hombres, en
el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio [3], la Providencia instituyó la desigualdad.
Por eso, un universo de criaturas iguales sería un mundo en que se
habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza entre
criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios.
[1] (cfr. Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 – Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, p. 239).
[2] (cfr. “Summa Contra Gentiles”, II, 45; “Summa Teologica”, I, q. 47, a. 2)
[3] (cfr. “Summa Teologica”, I, q. 50, a. 4)