A veces la vida nos
presenta la oportunidad de ayudar a alguien, sin sospechar que ese encuentro
puede cambiar la vida no solo de una persona, sino de un número incontable.
Este es el caso de la siguiente historia verídica. Era medio día y el
olor de pan caliente invadía aquella calle. Ricardito no aguantó y dijo: ¡Papá
tengo hambre!
El padre, de nombre
Agenor, sin tener un centavo en el bolsillo, miró a su hijo y le pidió un poco
de paciencia...
“Pero papá, ¡desde
ayer no comemos nada, tengo mucha hambre!” Avergonzado, triste y humillado en
su corazón de padre, Agenor le pide a su hijo esperar mientras entra en la panadería.
Al entrar se dirige a un hombre en el
mostrador: “Señor, estoy con mi hijo de 6 años, con mucha hambre, no tengo
ninguna moneda, pues salí temprano para buscar empleo y nada encontré, le pido
que en el nombre de Jesús me dé un pan para ese niño, en cambio puedo barrer el
piso, lavar los platos u otro servicio que usted necesite”.
A Amaro, el dueño de la panadería, le extraña
que aquel hombre pida comida a cambio de trabajo, pero acepta y le pide a su
esposa les sirva el PLATO DEL DIA: arroz, frijoles y carne con huevo.
Para Ricardito era un sueño... Pero Agenor recuerda
a su esposa y a sus tres hijos que quedaron en casa con un poco de arroz y... comienza
a llorar.
Amaro percibe su emoción y bromea para
relajarlo: “¡Oh, María! Tu comida está muy mala... ¡mi amigo está llorando con
ese plato!” Inmediatamente, Agenor sonríe y dice que nunca comió comida tan
apetitosa...
Después de comer, Agenor cuenta a Amaro que
hace más de 2 años que perdió su empleo y sin estudios, no lo contrata nadie. Amaro
resuelve contratarlo en la panadería, y le prepara una canasta con alimentos para
15 días...
Agenor, con lágrimas en los ojos agradece la
confianza y le promete regresar al día siguiente. Es un hombre nuevo, tiene
esperanza. La vida le estaba abriendo una puerta que no desaprovecharía. Al día
siguiente, a las 5 de la mañana, Agenor ya estaba en la puerta de la panadería
ansioso de trabajar. Amaro llega y le sonríe... Tenían la misma edad, 32 años,
pero por algo quería ayudarlo. Y no se equivocó. Agenor fue el más dedicado trabajador,
siempre honesto y celoso con sus deberes...
Un día, Amaro le
propone a Agenor que estudie, el cual acepta feliz. Doce años después, Agenor
Baptista ya es abogado y abre su oficina con gran éxito. Pero nunca deja de ir
al medio día a beber un café en la panadería con su amigo Amaro.
Diez años pasan, y
ahora el Lic. Agenor, ya con una clientela que mezcla los más necesitados que
no pueden pagar, y los más adinerados que pagan muy bien, decide crear una
institución que ofrece a los desvalidos y desempleados, un plato de comida. Más
de 200 comidas se sirven diariamente en aquel lugar administrado por su hijo,
el ahora nutricionista Ricardo Baptista.
Todo cambió, menos
la amistad de esos dos hombres. Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron
el mismo día, muriendo plácidamente con una sonrisa del deber cumplido...
Ricardito, el hijo,
mandó grabar delante de la "Casa del Camino", que su padre fundó: “¡Un
día yo tuve hambre, y me alimentaste. Un día yo estaba
sin esperanzas y me diste un camino. ¡Qué la paz habite
en tu corazón y alimente tu alma! ¡Y que te sobre el
pan de la misericordia para dar a quien lo necesita!”