Nota original: AICA
El arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo,
explicó que la parábola del buen samaritano no es “sólo una enseñanza de
Jesús a los apóstoles, es una palabra actual que nos dirige a cada uno
de nosotros” y advirtió que “si no comprendemos esto podemos hacer del
evangelio un libro que nos presenta buenos ejemplos, pero no es Palabra
de Dios que hoy, y de un modo personal, me dirige a mí y espera una
respuesta”.
“Leer el evangelio como Palabra actual de Dios, es introducirnos en
un diálogo personal con el Señor que se convierte en fuente de vida y
oración. A veces les digo a los chicos en las confirmaciones que yo
puedo hoy ‘chatear’ con Jesucristo, cuando leo el evangelio con un
corazón abierto, con espíritu de fe. Considero necesario que recordemos
qué significa hoy leer la Biblia como Palabra de Dios”, subrayó en su
alocución radial.
Tras citar detalles de la parábola, destacó la actitud del
samaritano que se detuvo y asistió al hombre que había sido asaltado y
estaba herido.
“Podemos decir que sólo este último fue sensible al dolor de su
hermano y se sintió llamado a detenerse. Lo que vio se convirtió para él
en una pregunta, su gesto fue la respuesta. La primera enseñanza que
saco de este evangelio es que todo hombre es mi hermano, por ello, todo
hombre debería ser mi prójimo”, reflexionó.
El prelado sostuvo que “el texto marca, precisamente, que la persona
herida era un samaritano, es decir, alguien que no pertenecía a mi
comunidad, era un extranjero, sin embargo se detuvo. Esta conciencia de
fraternidad se fortalece desde la fe en la que Dios es Padre de todos.
La fe, lejos de apartarme del mundo y de las necesidades del hombre, me
ilumina y compromete en una acción, que en este caso es respuesta a una
necesidad de mi hermano. Hay, en el Samaritano, una conciencia recta que
lo lleva a actuar. Podemos hablar, incluso, de un acto de justicia”.
“El Evangelio nos abre, sin embargo, a una dimensión nueva que es lo
propio de la caridad, que presupone el plano de la justicia, pero lo
trasciende y perfecciona. No se trata sólo de dar al otro lo que
necesita, sino ‘que el amor, y solamente el amor (también ese amor
benigno que llamamos misericordia), es capaz de restituir el hombre a sí
mismo’. Este plus de la caridad es lo que le permite al otro recuperar
su dignidad. El amor lo eleva y enriquece, porque en él se manifiesta el
amor de Dios, san Juan nos diría que: ‘el amor procede de Dios, y el
que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios’”.
Por último, monseñor Arancedo indicó que “si pasamos de este plano
personal al nivel de las relaciones sociales, este amor al prójimo se
convierte en caridad social” e indicó que “la caridad social y política
no se agota en las relaciones entre las personas, sino que se despliega
en la red en que estas relaciones se insertan que es precisamente la
comunidad social y política, e interviene sobre ésta, procurando el bien
posible para la comunidad en su conjunto. Este aspecto del evangelio es
el que aborda la Doctrina Social de la Iglesia, como expresión de la
caridad al servicio de la comunidad social y política