martes, 16 de julio de 2013

El Gusto de Creer

Nota original: Padre Jesús María Bezunartea para Gólgota OnLine

Hoy en día la cultura del hedonismo nos ha familiarizado con expresiones como “me gusta”, “no me gusta”, “tengo o no tengo ganas”. Y el mundo de los espectáculos ofrece toda clase de atracciones para combatir el cansancio, el aburrimiento y el hastío de la vida urbana. Por otra parte, estamos acostumbrados a una larga fila de anuncios y anunciantes comerciales, que nos quieren hacer creer que ellos tiene la fórmula mágica de la felicidad.


Por ello, creo que también los creyentes estamos bajo el test y la necesidad de mostrar que merece la pena creer. En primer lugar, porque hoy también en el campo religioso hay una gran lista de ofertas, a veces con nombres tan seductores como “Pare de sufrir”. Por otra parte, el cristianismo no siempre se ha mostrado con el rostro más atractivo, ya que hemos hecho más hincapié en lo que está mandado y lo que está prohibido para garantizar, por medio de una vida moral, nuestra salvación eterna. Esto ha sido una de las razones, si no la principal, por la que las generaciones jóvenes han dejado masivamente la Iglesia en nuestros países católicos.

Vamos comentar brevemente las sugerencias, que el Papa Benedicto nos da en su carta para el Año de la Fe, respecto a la vivencia de nuestra fe en la actualidad. ¿Nos da gusto creer? Y ¿nos da gusto creer lo que creemos? Dice el Papa en su carta que debemos “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (n. 2).

Nuestro mundo necesita hoy de gente alegre, pero con alegría de la buena, la alegría que es un don del Espíritu Santo, que tiene su fuente en el corazón que se expande, como perfume suave, en su entorno.

Más adelante en la misma carta, nos dice el Papa que “es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (n. 7).

La nueva evangelización, que la Iglesia quiere impulsar desde hace algunos años, tiene como una de sus intenciones: “redescubrir la alegría de creer”. ¿Quiere decir eso que la imagen del cristiano de hoy no es alegre? ¿Quiere decir quizá que más bien mostramos una imagen triste o la imagen de quien es víctima de una vida cargada de obligaciones y prohibiciones?
Al final de la carta, cuando el Papa quiere hablar de cómo la fe tiene su proceso de purificación, cita a san Pedro que dice: “Por ello se alegran, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; creen en Cristo y se alegran con un gozo inefable y radiante” (1 Pe 1, 6-9). Y comenta el Papa: “La vida los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento” (n. 15). Sin embargo, sabemos que las pruebas, como lo dijo Jesús, son temporales y que después de ellas viene la alegría. Y Jesús cita al respecto a la madre que sufre para dar a luz de su hijo pero una vez pasada la prueba inmensamente por “haber dado un hijo al mundo”. Inclusive él nos dice que lo que nos enseña es para que tengamos en nosotros su gozo y un gozo completo (Jn 15, 11).

El mensaje de los Obispos al concluir el Sínodo sobre la nueva Evangelización se dice: “Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos cómo en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión” (n. 13).

Como ejemplo de todo ello recordamos a María, que poco después de que su prima Isabel del dijera: “Dichosa tú que has creído”, ella proclama la grandeza del Señor diciendo: “mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha mirado la pequeñez de su esclava” (Lc 1, 45-48).

De la misma manera, cada vez que experimentamos en nuestra vida la riqueza espiritual y humana que nos reporta nuestra fe cristiana del Evangelio en la Iglesia, ha de brotar de nuestro corazón el deseo y el gusto gozoso de proclamar esa buena nueva con el medio de la vida social, familiar o eclesial en el que nos movemos y somos.